Desde los países en desarrollo debemos impulsar la agenda de los Pueblos y la Madre Tierra ante un escenario de cooperación o extinción.
Juan Pablo Olsson Argumedo
El calentamiento global es el más acuciante problema estructural de la humanidad, dado que enfrentamos una grave crisis climática y ecológica sin precedentes, que se profundiza continuamente. De no cumplirse los compromisos para dejar atrás la matriz de energía fósil de gas, petróleo y carbón -principales causantes del cambio climático- podríamos poner en riesgo la supervivencia misma de la especie humana en el planeta.
El actual Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres ha expresado claramente la gravedad del escenario que enfrentamos como humanidad: “Los compromisos asumidos por los países hasta ahora son una receta para el desastre. Estamos en una lucha a muerte por nuestra seguridad hoy y nuestra sobrevivencia mañana. Vamos camino a un desastre climático. La humanidad debe elegir: cooperar o morir”
Esta perspectiva ha sido planteada en el Panel Internacional titulado “Hacia la Justicia Eco-Social”, llevado adelante por la Comunidad Aerocene, en el Museo de Arte Leeum en Seúl, Corea del Sur, el cual presentó un debate acerca de la deuda medioambiental, los modos de resistencia y las condiciones necesarias para una transición energética justa.
La presentación de dicho panel representa la búsqueda de diálogo e integración de distintas visiones de mundo con el objetivo común de tejer una trama de resistencia desde la perspectiva del arte, la lucha de las comunidades originarias, la lucha por la defensa del medio ambiente contra el saqueo, el colonialismo y la deuda externa que pesan sobre los países del Sur Global, con la finalidad de construir un horizonte colectivo de esperanza de futuro con justicia social y justicia climática.
Este mismo diagnóstico lo plantean diversos líderes mundiales, como el Papa Francisco, que en su Encíclica Laudato Si, sobre el Cuidado de la Casa Común, nos alerta de la gravedad de este problema y sobre la magnitud de la crisis climática y social que enfrentamos y la imperiosa necesidad de oír el grito de la Tierra y el grito de los excluidos.
La magnitud de la actual crisis climática y ecológica que vive la humanidad se describe de manera contundente en la publicación del Informe de los científicos nucleados en el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) sobre impactos climáticos, adaptación y vulnerabilidad, presentado en febrero de 2022 [1]. En la misma, se señala que el cambio climático ya afecta a todos los rincones del mundo, y se avecinan impactos mucho más severos si no logramos reducir a la mitad las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en esta década y escalar los esfuerzos de adaptación de inmediato.
Dicho Informe se basa en 34 mil estudios e involucró a 270 autores de 67 países y representaba “un código rojo” para la humanidad [2], alertándonos de que la actividad humana en el planeta ha causado efectos en el clima que pueden llegar a ser irreversibles durante siglos o milenios. Su lectura proporciona uno de los análisis más completos de los impactos cada vez más intensos del cambio climático y los riesgos futuros, en particular para los países de escasos recursos y las comunidades marginadas del Sur Global.
Un grupo de científicos publicó recientemente un comunicado en la prestigiosa revista científica BioScience en el que advierte: “Estamos en código rojo en el planeta Tierra. La humanidad enfrenta inequívocamente una emergencia climática. El futuro mismo de la humanidad depende de la creatividad, la fibra moral y la perseverancia de los 8.000 millones de personas en el planeta en la actualidad. Las políticas actuales conducen hacia un aumento de 3°C para el 2100, una temperatura que no se ha registrado en 3 millones de años”
En 2023, fue la primera vez en el registro histórico que la temperatura de la superficie global del planeta superó los 2,0 °C por encima del nivel base del IPCC de 1850-1900. Además, más del 90 % de los océanos del mundo sufrieron olas de calor, los glaciares perdieron la mayor cantidad de hielo registrado y la extensión del hielo marino antártico cayó a los niveles mínimos jamás registrados, según la Organización Meteorológica Mundial.
Responsables de la crisis climática y del financiamiento para la transición
Esta profunda crisis climática tiene responsables: Las emisiones acumuladas de CO2 durante el período 1900-2020 se originaron en un 70% en países industrializados, donde se encuentra apenas el 17% de la población mundial. Los responsables son los países de altas emisiones que desde la Revolución Industrial en adelante se han desarrollado a partir de profundizar la matriz de gas, petróleo y carbón. De esta forma, los países industrializados acumularon riqueza y poder a través del consumo de combustibles fósiles y la acumulación gratuita de gases de efecto invernadero en la atmósfera, utilizándola como vertedero gratuito de sus emisiones tóxicas, comprometiendo gravemente la atmósfera común de toda la humanidad y el equilibrio del sistema planetario.
Mientras tanto, el 83% de la población mundial que habita en los países en desarrollo, empobrecidos y endeudados, se ven condenados a una agenda de población sobrante y territorios de sacrificio, dado que las potencias y corporaciones del Norte Global pretenden controlar los recursos estratégicos del Sur Global –como el litio y el agua dulce- para llevar adelante una transición energética concentrada, excluyente e injusta.
Juan Pablo Olsson Argumedo hablando en el Foro Aerocene Seoul, Corea del Sur, septiembre de 2024
Deuda Ecológica de los países centrales con la Comunidad Internacional y los países del Sur Global.
Los países industrializados, ricos y tecnológicamente más avanzados, deberían asumir la deuda ecológica que tienen con los países del Sur Global y contribuir con el 70% del presupuesto necesario para descarbonizar la economía mundial, y permitir avanzar a la comunidad global hacia una transición justa y una nueva matriz energética mundial basada en energías renovables.
Es nuestra obligación desde el Sur Global generar un poder de movilización y articulación lo suficientemente fuerte para incidir en los gobiernos de los países centrales y los tomadores de decisiones.
Está estipulado que el costo de la reconversión energética mundial, necesaria para alcanzar el objetivo de 1,5°C, representa la cifra de 150 billones de dólares como inversión continua en los próximos 30 años, a un promedio de 5 billones por año. Partiendo de sus responsabilidades históricas, a los países industrializados les correspondería aportar el 70%, en proporción con su contribución al problema, 3,5 billones por año durante al menos 30 años consecutivos.
La deuda pública externa de los países en desarrollo del Sur Global de las regiones de América Latina África y Asia representaba en su conjunto a 2,8 billones de dólares para el año 2020, según los propios datos del Banco Mundial. La condonación de esta deuda podría considerarse como el pago de la primera cuota de la deuda climática que han acumulado los países industrializados con los países en desarrollo.
Descarbonizar la economía mundial en un período de 30 años es el reto fundamental para la humanidad tal como se ha planteado en el Acuerdo de París. La decisión política de los países centrales, principales responsables del calentamiento global, representa la única posibilidad real para evitar que los países en desarrollo permanezcan indefinidamente en estado de pobreza, dependencia y endeudamiento, condicionados con deudas colosales por generaciones, lo cual los ubica en un escenario de profunda vulnerabilidad ante la crisis climática y ecológica.
La única solución viable para superar la creciente amenaza a la sobrevivencia de la humanidad es que los países industrializados reconozcan su responsabilidad histórica en causar el trastocamiento del clima y aporten los recursos financieros y tecnológicos necesarios para superar la crisis. Es por todas estas razones que, desde los distintos movimientos sociales, climáticos, artísticos, científicos, académicos, estudiantiles, sindicales, feministas y de pueblos indígenas, planteamos que la única deuda es con los pueblos y con la Naturaleza, que el Agua vale más que el litio, que debemos generar una masa crítica global para proteger la Amazonía, la Antártida y el Ártico antes de que sea demasiado tarde.
Teniendo en cuenta de que la deforestación que se lleva adelante en el planeta, es una tendencia que tiende a agravar el problema del calentamiento global, es relevante tomar conciencia de que la Amazonía es el bosque tropical más grande de nuestro planeta. Alberga 33 millones de personas de 9 países y es hogar de una extraordinaria biodiversidad. Su densa vegetación y sus suelos húmedos contienen 140.000 millones de toneladas de carbono, capaces de trastocar el clima global en caso de ser liberadas a la atmósfera. Por lo que preservar la Amazonía es un asunto de interés global y debe convertirse en una de las grandes prioridades de nuestro tiempo.
En este sentido, el año 2025 representa un gran desafío para los países del Sur Global y la agenda de Los Pueblos y La Madre Naturaleza: por un lado, el Papa Francisco y la Iglesia Católica estarán llamando al Jubileo 2025 por el perdón de las deudas de los países pobres; por otro lado, en noviembre de 2025 se va a llevar adelante en la Amazonía la 30ª Conferencia de las Partes (COP 30) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Las Ministras de Ambiente y Cambio Climático y de Pueblos Indígenas, Marina Silva y Sonia Guajajara lideran el proceso de articulación con los movimientos sociales y ambientales y los pueblos indígenas a nivel latinoamericano y global, impulsando la convocatoria del Presidente Lula da Silva. Es momento de que sumemos nuestro compromiso, nuestra energía y participación para acompañar la agenda de los Pueblos y la Madre Tierra, porque de lo que hagamos hoy dependerá el futuro de esperanza que podamos construir ante un escenario de profunda incertidumbre.